En la cueva
convergida
por múltiples voces
discurriendo como estepas
jadeante de poderíos
enigmáticos.
Un viejito encorvado
y solariego
semidesnudo
cubierto de harapos multicolores
vive en sus entrañas
consagrado
por el dios lugareño.
Tiempos hermosos
los de su infancia
envuelto en pañales
de sedas bordadas
colgadas
los cobertores,
estampados.
En la campiña forestal
entre rincones
de paisajes
amenos.
Niñez, y juventud rozagante
como la etérea vida
a la par
de exiguos
luceros
brillos, aparentes.
Luciérnagas efímeras
brote de voces ufanas
todo se presta
a esfumarse
en el infinito.
Pobre viejo solariego
noches, tempestuosas
negras, frías
de crudo invierno
yace inanimado.
Tendido en su asilo
de la cueva
pedregosa
Centinela de su Astral
sucumbe ante los ojos.
Rutilantes
ausentes
esfumados en el espacio
silencioso
de la reencarnación.
Vivencia enigmática
como seres
de constelaciones
finito e infinito.